Te encontré sentada en la silla de la cocina, llorando con un pedazo de pan en la mano.
-¿Qué te pasa, Verónica?-Se me mueven los dientes. . . se me van a salir. . .
En tu carita de asombro y de incredulidad, se veía el miedo que te daba perder algo tuyo, algo irrecuperable: esos dientes chiquitos, masticadores de caramelos, protagonistas de tus sonrisas verdaderas. . .y de las otras, dibujadas para conseguir una de las tantas cosas que se te antojan.
-A todos los chicos se les caen los dientes –te expliqué, tratando de reírme para darte ánimo-. Y luego les salen otro nuevos, más fuertes, más grandes. . .preciosos. . .con puntillitas en los bordes.
Te gustó lo de las puntillitas y me tomaste la mano, acercando mi dedo a tu boca para que hiciera bailar tus dientes flojos.
-¡Ah, qué maravilla! Mañana o pasado ya van a estar afuera, y por la noche los pondremos bajo la almohada para que se los lleve un. . .-¡Iba a decir ratón, pero recordé que les tenés miedo a los ratones, a las arñas, a los perros, a lo desconocido y a lo conocido, que no puede controlarse con una directiva de la mente!
Entonces se me ocurrió:
-. . .para que se los lleve un “angelito” y te deje un regalo a cambio.
Los angelitos están en las canciones de cuna que te cantaba cuando eras más pequeña. Están en algunos libros de cuentos que tenés. Están en el “hasta mañana, que sueñes con los angelitos”.
Los angelitos vuelvan sus regaderas sobre los jardines en los días de lluvia, les sacan brillo a las estrellas con un trapo de seda, abren los capullos apretados para que por las mañanas nos deslumbren las rosas.
-¿Y qué van a hacer los angelitos con mis dientes?
Tus queridos dientes no podían ir a un archivo general de dientes, a ponerse grises en un casillero, a engarzarse en un anillo de juguete. . .
-Se los llevan a los nenes chiquitos que aún no tienen dientes. Si los angelitos tienen ganas de volar, se van lejos, muy lejos, a países que quedan del otro lado del océano, y entonces tus dientes conocerán otras ciudades, otra escuela, otro idioma diferente al nuestro.
-Mis dientes aprenderán inglés, francés o italiano. . .
-O ruso, o chino, o sueco. . .todo depende de las alas de los angelitos.
Dejaste el pan y corriste al espejo. Estabas apurada y ansiosa, haciendo muecas, mirándote la boca.
-Yo no quiero que mis dientes se vayan lejos, quiero que el angelito se los ponga al nenito que vive al lado de mi escuela, que no tiene ninguno. Así los puedo ver. . .porque cuando paso y le toco la cara, el nene se ríe conmigo.
-Bueno. Le vamos a escribir una carta al angelito para pedírselo. ¿Y que querés que te deje a cambio de los dientes?
-¡Unos zapatos rojos. De tacos!
Rojos. De tacos.
Mi loquita de cinco años empecinada en convertirte en señorita. Sacándote la hebilla del cabello, pataleando para que te ponga la blusa nueva para estar en casa, colgándote mis collares y revoleando mis carteras en tus caminatas de mi cuarto a la cocina, de la cocina a tu cuarto.
Y ahora los zapatos rojos de tacos, que conseguí en un negocio en el que venden artículos para bailarinas.
Empinadita en ellos, armas un alboroto de chac-chac-chac que estremece la casa.
A vces, cuando estoy distraída y te oigo caminar con los zapatos altos, me parece que han pasado diez años, que sos una muchacha entrando apurada de la calle para contarme que el muchachito de la vuelta. . .
¡Qué pronto pasaron estos cinco años, qué corta es para mí tu infancia, esta infancia que para vos debe ser larga, como me parecía la mía cuando yo era chiquita!
Nunca se terminaba de aprender las cosas.
Nunca se terminaba de llegar a la marca de la altura de la prima mayor, hecha con una raya de lápiz en el marco de la puerta.
Yo quiero decirte que la infancia es una ciudad de oro, una ciudad encantada desde donde se mira un cielo con estrellas arrojadas en él como papel picado; una ciudad en la que ninguna calle tiene nombre y se reconocen por cosas verdaderamente importantes: la calle de la escuela, la calle de la juguetería, la calle del cine, la calle de mi casa.. .
Después, las calles se ponen en fila, como un gran ejército; se llenan de números, y carteles escritos con mayúsculas.
Después. . .las estrellas se agrupan en constelaciones perfectamente explicadas en los libros de texto.
Verónica, nena mía, ya veo, cuando te reís, las puntillas en los bordes de tus dientes nuevos. Éstos serán los que alguna vez apretarás con rabia, con desesperación, con amargura; con todo eso que no podré evitar pese a mi amor por vos.
Los otros, los de leche, el angelito me los dio a escondidas. Esos que masticaron caramelos y no conocen el sabor del dolor, los he guardado en la misma caja en que conservo una fotografía de cuando yo tenía tu edad.
A esa niña que fui y que a veces añoro, el angelito le regaló tus dientes.
Pero como esto no podés entenderlo todavía, buscalos en la sonrisa del nene que vive al lado de la escuela.
Poldy Bird – ¿POR QUE EL MAR ES SALADO? Colección Tobogán – Ediciones ORION (1984)