Todo comenzó una tarde de jueves, perdí el tapón mucoso y la alegría explotó en mi. Quería gritar al mundo entero que tu llegada era inminente, que pronto te tendría en mis brazos. Sonreía, quería saltar de felicidad. Llamé a papá para compartir con él mi dicha; después, un mensaje al doctor que nos acompañaría en tu llegada. Sabía que podían pasar días, pero deseaba que fuese esa noche. Me metí en la cama hablando contigo, bebé, pidiéndote que nacieses tranquilo y feliz esa noche. Qué ansias tenía de verte.
Pasó la noche y el día y no había ningún nuevo síntoma, empecé a calmarme y creer que sí podían pasar días hasta verte. Nos volvimos a la cama una noche más, tú dentro de mi, tranquilo, moviéndote a tu ritmo dulcemente, juntos. Dormí a tu hermanita dándole teta como todas las noches, con su succión las contracciones comenzaron. ¡De nuevo una explosión de confianza y alegría!. Apenas un par de minutos después de que tu hermana estuviese dormida, rompí aguas sobre las sábanas. Un líquido suave se deslizó entre mis piernas tras una contracción, el olor a vida inundó la habitación. Le pedí a papá que trajese una toalla, era sólo una fisura, apenas salió líquido, pero no dejo de seguir mostrándose despacio, gota a gota durante el resto de la noche.
Papá y yo nos levantamos, en el salón seguimos esperando el gran momento, ahora ya sin prisas. Tu nacimiento ya sí había comenzado de verdad para nosotros. A cada contracción respiraba acompañándola, imaginando como te abría el camino. Deseaba sentirte sobre mi pecho, era feliz. Acurrucada sobre la pelota de partos pasaban las horas. Y las contracciones se fueron espaciando. Volvimos a la cama, ya eran las seis de la mañana.
Comenzó el día del sábado y papá no fue a trabajar, esperábamos que las contracciones regresasen en cualquier momento. Seguíamos sin avisar a nadie. Quería que fuese un nacimiento tranquilo, sin tensiones ni obligaciones. Me metí en la bañera acompañada por alguna muy suave contracción, pero volvieron a pararse. A medio día llamó nuestra doulita Rocío, que no sabía nada pero lo intuía, y se llevó una grata sorpresa al llamarnos.
Volvió a oscurecer. Nos volvimos todos juntos a la cama. Con la teta, comenzaron de nuevo las contracciones y nada más dormirse Inés nos fuimos al salón. Más pelota de parto, más posturas para acompañar cada oleada de sensaciones intensas. Papá a mi lado. Sobre la alfombra, me quedaba dormida entre contracciones. Estaba tranquila y segura de nosotros. Todo iba a ir bien, sería un parto en casa, tranquilos, en familia, dulce y amoroso.
En medio de una de las cabezadas desperté asustadísima por el dolor tan intenso que me invadía. Grité a tu padre que me ayudase, no sabía como moverme, era un dolor demasiado intenso que me había sorprendido de repente. Cuando conseguí levantarme sentí la necesidad de ir al baño y sentarme. Allí sentada, abrazada a tu papá, llegaron nuevas contracciones igual de descontroladas. Le pedí que llamase a todo el mundo. Recuerdo sentir que hablaban de tonterías como dónde aparcar, mientras yo creía que me moría de dolor sin su ayuda. Cuando por fin colgó el teléfono y regresó a sostenerme todo comenzó a controlarse poco a poco otra vez. Pasé mucho rato agarrada al lavado con tu papi sosteniéndome desde atrás.
No sé si cuando llegó Ángel (el médico) y su mujer yo seguía en el baño o ya había pasado a la habitación de juegos. Lo que sucedió en ese espacio de tiempo no lo recuerdo, sólo sé que me agarraba a tu padre y él me apretaba con fuerza y AMOR. Tampoco recuerdo qué sucedió en esa habitación, sé que Rocío (amiga y doula) llegó poco después que Ángel, y que la escuché entrar hacia el salón. Sentí que llegaba la única persona que podía SALVARME de ese dolor. "ROCÍOOOOOOOO" grité, ella asomó por la puerta diciendo, "Tengo una sorpresa para ti". Y detrás de ella apareció mi regalo, Paula, mi otra grandiosa amiga y doula.
El espacio de tiempo que transcurrió en esa habitación lo recuerdo completamente a oscuras. Sé que estuve acompañada, que encendieron velas y me susurraban frases preciosas, pero eso lo sé porque me lo han contado; yo lo recuerdo como si hubiese estado sola (sin sensación de soledad), a oscuras y completamente en silencio, excepto por algunas frases extrañas que recuerdo escucharme decir como si lo dijese otra persona.
También recuerdo haber pedido que me llevasen al hospital para que me pusiesen la epidural y me quitasen ese dolor. Eso también sucedió en esa habitación. Pero mi marido hizo lo que tanto le había pedido durante el embarazo, negármelo. Le estoy tremendamente agradecida por haberme dicho que eso no era lo que yo quería. Durante meses pensé que cuando llegase ese momento de descontrol en el que pidiese la epidural él no podría negarse y mil veces hablamos de que deseaba dar a luz sin ningún tipo de fármaco. Me respondió como yo deseaba, de forma tan contundente que no volví a pensar en epidural ni una sola vez más.
Una vez superada esa etapa de descontrol mental, volví a confiar en nosotros. En ti hijo mío y en mí, en la vida y en la naturaleza. Me dejé llevar y la serenidad me acompañó durante el largo camino que aún nos quedaba.
La bañera fue indispensable para mi. Bajo el agua me sentía en mi mundo. Baños y duchas. Primero dejando caer el agua con fuerza sobre mi piel. Luego delicadamente, con las amorosas manos de Paula que vertían vasos de agua calentada por Rocío sobre mi piel. Con tu padre sosteniendo mi cuerpo en todo momento. Así pasamos mil horas. Tanto me envolví por el agua que acabé Renaciendo ante esas dos Mujeres y Alberto. Me sentí purificada y sanada.
Fue un parto largo, en el que dio tiempo a sentirte y desearte. Creía que nacerías al alba, como tu hermana nos había dicho. Pero no pudimos ver tu lindo cuerpecito hasta pasadas las ocho de la tarde. Había una luz preciosa e intensa inundando el salón. Todos te llamábamos dulcemente. Asomabas tu morena cabezita y nos mostrabas que ya estabas en la puerta, pero volvías a desaparecer. Jugando al escondite, como dijo tu hermana, estuvistes casi una hora. Tras varios tímidos asomos, por fin sacaste tu cabezita. Te mantuviste ahí durante bastantes segundos con tus ojos cerrados, como inerte. Después otro pujo y ¡YA ESTABAS SOBRE MI PECHO!.
Ahora recuerdo esas horas con añoranza, con felicidad y con la tranquilidad de haber conseguido nuestro propósito, que llegases a este mundo del mejor modo posible.
Mami.
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